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Aquelarre

Entras en un mundo discordante, huele a roca, humedad, tierra y nostalgia. El bosque es música, susurros de viento sobre las hojas y chapotear del miedo en el quieto lago. Caminas con lentitud, apreciando el sonido de cigarras, grillos y otros bichos de la noche. Se filtra la luna sobre las ramas altas y arranca a tu cabello destellos de una inmortalidad crepitante que recuerda a las vírgenes descritas en el paraíso, ese paraíso eterno que permuta en sueños de los hombres y no en los vacíos textos de las religiones. Diosa mía, vagas por ahí sintiendo el mundo a través de tus pies desnudos sin saber que canto esta última canción para ti.   Hace rato ya que he dejado de mirar al cielo, a las estrellas siempre eternas, para concentrarme en el fuego que calienta el pequeño claro que me sirve de hospedaje. No llevo más que una pistola vieja, la del abuelo, y entre mis botas guardo la foto de tu hermana y de tu madre. La camisa verde, los pantalones de campaña que ahora son de un café d

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